lunes, 28 de marzo de 2016

La historia de las casas baratas en Mieres

Hace ya casi diez años, ¡cómo pasa el tiempo!, escribiendo en este diario sobre un tema histórico que ya no recuerdo cité de pasada las Casas Baratas de Mieres y a los pocos días me llevé una sorpresa cuando uno de los vecinos que las habitaban me amonestó en la calle por haber empleado esa denominación, ya que según él esas viviendas hace tiempo que dejaron de ser baratas y llamarlas así hace que quien no las conozca se las imagine viejas, mal construidas e insanas.

Y lo malo es que puede que aquel hombre estuviese en lo cierto porque ya son muy pocos los que recuerdan el origen de esos edificios, que por otro lado son construcciones que han resistido perfectamente el paso del tiempo y por la calidad de sus materiales no tienen nada que envidiar a los pisos modernos, sin hablar de que su autor fue Teodoro de Anasagasti, uno de los mejores arquitectos españoles, y sólo por eso ya merecen ser tenidas en cuenta. Hoy voy a contarles cuándo y por qué se hicieron.

Se da el nombre de Casas Baratas a ciertos edificios construidos en el primer tercio del siglo XX gracias a ayudas oficiales o préstamos de bajo interés para albergar a la población trabajadora que se multiplicaba en España con el proceso de revolución industrial, aunque a veces también se dirigieron a la clase media-baja que sufría en aquella época el mismo problema de alojamiento. Casi siempre dependían de los propios ayuntamientos u otras instituciones como los partidos y sindicatos y podían ser de alquiler o adquirirse en propiedad, gestionándose en algunos casos en régimen cooperativo.
La historia de la vivienda obrera ya había empezado en nuestro país a mediados del siglo XIX con la primera ley de Arrendamientos, pero también en Gran Bretaña, Francia y gran parte de Europa existía la misma preocupación y aunque se habían dictado algunas normativas y reglamentos a este respecto carecían todavía de una legislación específica; pero fue a partir del 12 de junio de 1911 cuando el proyecto se extendió por toda España con la publicación de otra ley, la primera de Casas Baratas.
Como todos saben, nuestras Cuencas fueron durante décadas un destino elegido por muchas familias de otras regiones que quisieron cambiar de vida, cansadas de depender de los caprichos del cielo y de la lluvia para poder recoger una mísera cosecha que en el mejor de los casos apenas daba para subsistir y que acudieron hasta aquí en busca de un trabajo y un salario seguros.
Llegaron a millares, atraídos por las posibilidades que ofrecían las minas y entonces en las aldeas más próximas a los pozos se habitaron hasta los hórreos y las cuadras; no era raro que los trabajadores solteros pagasen a medias el alquiler de la misma cama para compartirla por turnos, con los consiguientes problemas de higiene y de enfermedades que se iban multiplicando y a pesar de que también se construía por todas partes, la demanda siempre era mucho mayor que la oferta.
Esta situación en vez de mejorar empeoró en 1920, cuando el final de la Primera Guerra Mundial supuso un parón en la construcción y las rentas se dispararon. Hubo algunas iniciativas empresariales como la de Hulleras de Turón, que empezó a levantar en el mismo año 68 viviendas en el barrio de San Francisco y luego otras 144 en Figaredo, pero todo era poco y por ello Manuel Llaneza, entonces alcalde de Mieres, siguiendo lo dispuesto en el XI Congreso del PSOE celebrado en Madrid dos años antes y donde ya se había tratado la conveniencia de disponer de hogares asequibles para los obreros decidió abordar de una vez el problema.

Para ello convocó a los patronos mineros, a los comerciantes y a los particulares más adinerados de la villa y los convenció de los beneficios que iba a traer para todos la constitución de una asociación cooperativa destinada a cubrir estas carencias, y, por fin, en noviembre se logró formar una gestora, que no tuvo un apoyo unánime ya que algunos concejales creían prioritario emplear el presupuesto municipal en acometer otras obras de saneamiento en la villa en vez de destinarlo a subsanar este problema.

La vieja ley de Casas Baratas de 1911 autorizaba a los ayuntamientos a ceder parcelas para esta finalidad y ofrecía subvenciones estatales que no se podían dejar escapar, pero también ponía condiciones para su aplicación. Una de ellas obligaba a que el suelo se valorase por debajo de las 25 pesetas/metro cuadrado, y en Mieres había varias zonas que cumplían ese requisito, de forma que los primeros pasos se dieron rápido y no tardaron en aprobarse los estatutos de dos sociedades interesadas en el mismo fin: la Constructora de Casas para Obreros, Sociedad Cooperativa y otra más específica, la Cooperativa de Casas Baratas para Empleados y Obreros Municipales. Mientras, en paralelo, la Edificadora del Sindicato Minero. Sección de Mieres dispuso también de una docena de viviendas para sus afiliados.

Pero las dificultades llegaron a la hora de las expropiaciones cuando se vio que no era tan fácil determinar la propiedad de muchos terrenos y los expedientes empezaron a paralizarse en los despachos. Por fin, el empujón definitivo partió de la iniciativa de la Fábrica de Mieres, que en abril de 1921 decidió promover un proyecto para la creación de 68 viviendas en una de las zonas más céntricas de la villa, a pocos metros del lugar donde poco después se iba a inaugurar el Liceo mierense, uno de los mejores centros escolares en la Asturias de aquella época.

El solar elegido estaba emplazado en la esquina de las calles Vital Aza y Marqués de Villaviciosa, que hoy se denominan, respectivamente, Leopoldo Alas Clarín y Martínez de Vega, y el proyecto se encargó al prestigioso arquitecto vasco Teodoro de Anasagasti, autor entre otras obras de varios cines madrileños o de la elaboración del diseño del ensanche para Oviedo en 1924.

Anasagasti está considerado como uno de los introductores de la arquitectura vanguardista española y ya gozaba de mucho prestigio cuando aceptó firmar el proyecto para levantar estas viviendas obreras que en un principio no parecían ofrecer nada nuevo para su currículum, sin embargo logró plantear una obra que todavía llama nuestra atención por la forma en que supo conjugar la resolución de los problemas de higiene y comodidad en unos edificios con una estética más que aceptable a pesar de la carestía de materiales que se vivía en aquel momento y del presupuesto de 627.000 pesetas con el que partió la obra.

Las viviendas se levantaron en dos fases: primero se hicieron 20 sobre una superficie de 600 metros cuadrados y poco más tarde otras 48 sobre 1.980 metros cuadrados. Cada una constaba de comedor, dos dormitorios, cocina, despensa y retrete propio, mientras que para la higiene personal se disponía de dos baños colectivos que las familias podían usar por turnos tres días de cada mes. También en el patio interior se colocó un lavadero para que los vecinos no tuviesen que desplazarse a hacer la colada hasta los que ya existían en otras zonas de la población.
Normalmente las Casas Baratas de otras zonas se situaban en los alrededores de las ciudades, donde el suelo costaba menos y los trabajos de infraestructura eran más sencillos, también los teóricos de la higiene lo recomendaban de esa forma porque allí la vida era más sana y según la misma filosofía las casas debían ser de una o dos plantas para evitar el hacinamiento.

Así, lo más original de las de Mieres está tanto en su situación como en su altura de 4 pisos, que cuadra con lo que la iniciativa privada estaba haciendo en otras calles de la población e incluso supera la media de aquel momento. Precisamente en 1921 se aprobó una segunda ley de Casas Baratas destinada también a inquilinos o propietarios de ingresos reducidos que en su artículo 60 limitaba la altura de los edificios protegidos a la planta baja, o natural, y un primer piso, aunque también posibilitaba la construcción de casas colectivas con varios cuartos para ser alquilados a diferentes familias o destinadas a proporcionar albergue a trabajadores de tránsito que en este caso sí podían levantar cualquier altura.


En los años que siguieron, durante la dictadura de Primo de Rivera se consolidó está política de vivienda obrera, pero al final de la década de los veinte todos los proyectos previstos se fueron enfriando hasta que la II República suspendió la tramitación de expedientes de ayuda a las Casas Baratas; sólo se mantuvieron los proyectos de iniciativas privadas que se basaban en el modelo estatal, especialmente en Cataluña y en el País Vasco, de manera que en Mieres este problema siguió afectando a muchas familias, aunque no a los afortunados que pudieron habitar las casas de Anasagasti.

Texto de Ernesto Burgos para La Nueva España 

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