miércoles, 13 de abril de 2016

Antonio Cabezuelo Garrido: "la mina era dura, pero éramos felices y nos sentíamos algo importante"

Antonio Cabezuelo Garrido nació en 1930 en Alcaraz, Albacete. Hijo del campo, tras realizar el servicio militar, emigro a las minas de Asturias. Aquí conoció a su mujer, la cordobesa Antonia Palacios, se  casaron, tuvieron dos hijos y viven en Sotrondio. La entrevista fue realizada el 6 de diciembre de 1999 en Sotrondio.

Yo nací en un pueblecito que se llama Reolid, cerca de Alcaraz, el pueblo donde está enterrado el Pernales.
-          ¿Un torero?
No hombre, el Pernales era un famosísimo bandolero que trajo en jaque a toda la serranía durante años. Mi padre recordaba siempre el día en que la Guardia Civil lo había traído sobre un carro, muerto a tiros. Mi padre era de la quinta del 7 y había estado por África pero no sé si en tiempo de guerra. Qué cosas, 118 años tendría ahora si viviera
Un hermano mío, Rafael, había estado en el frente del Ebro, donde cayó prisionero y después de la Guerra dijo que ya no  volvía para el campo. Se vino para Asturias, igual que mi otro hermano Julián. Basculaba tierra en la escombrera del pozo Villar. Yo hice la mili en Valencia. Fue un servicio de 14 meses buenísimo porque se comía muy bien. En el cuartel que tenia granja propia, había cochinos, alubias, de todo. Cuando terminé la mili me llamo para que me viniese a las minas con él. Así que en 1953 me vine para aquí, con 50 duros que me había enviado para el viaje. El tren tardo dos días en llegar. El año pasado me fui a la tierra de mi señora, de la cuenca minera de Pueblonuevo del Terrible, el AVE nos llevo en una hora. ¡Que tiempos!

-          ¿Sabe usted, Antonio, que el  Terrible era un perro que allá por el siglo XVIII descubrió el primer carbón en la cuenca del Guadiato?
Pues mira, no lo sabía pero se lo he de preguntar a mi señora. Bueno, te decía que me vine para esta tierra y el primero que me dio modo fue el ingeniero jefe del pozo Sotón. Don Luis Sáenz de Santa María. El capataz era Aulalio y me echo de rampero a la Ernestina entre la 5º y 6º planta, con el vigilante Méndez. Mi primer picador fue Benito Santana que era de la Hueria de Carrocera y algo más joven que yo, había empezado a picar a los 18 años. Se porto conmigo maravillosamente, todavía cuando le veo me da una gran alegría. Más tarde me destinaron de vagonero a bascular tierra y a correr la tubería para ventilar los frentes, echaba algunas horillas todos los meses, en realidad una al día, así que si el mes tenía 24 jornales, pues 24 horas extra. La primera vez que baje al pozo me dio mucha impresión pero a los cuatro días ya era un coser y cantar. Yo venía del campo y desde muchachito sabia de la dureza del trabajo, pero abajo en la mina no hacía mucho frio ni mucho calor, tenias tu tarea y se trabajaba solo siete horas. Además me pagaron casi 500 pesetas, ¡como no me iba a quedar!

Al llegar solicite plaza para la colonia del Sotón pero tuve que esperar dos meses hasta que quedo una vacante. Allí vivíamos mineros de los pozos Sotón y María Luisa, también estaba la colonia de Villar pero era para Santa Barbará y Carrio. Y la del Fondón que no se qué pozos llevaba. Me descontaban 200 pesetas al mes pero era pensión completa, tres comidas y dormir. Cuando llegue todavía no había sabanas, solo mantas. Luego pusieron a las mujeres que andaban en otras tareas del pozo y ya tuvimos sabanas limpias cada quince días y había más limpieza.

-          ¿Les lavaban también la ropa?
No, no, cada minero tenía su lavandera. Yo por ejemplo le daba a mi cuñada 10 o 15 duros porque me gustaban las camisas bien planchadas, con el cuello duro, ¿sabe?. Me gustaba ir elegante.  Hasta me traje para trabajar el mono y las botas que me había dado Franco

-          ¿Conoció a Franco?
Bueno, es una expresión. La ropa me la había dado el Ejército pero a Franco le tuve delante de mí en Valencia. Yo estaba en el Regimiento nº  18, “España”, y en 1951 nos paso revista. Le conocí mientras pasaba delante del campo visual de un firme y disciplinado soldado español. Y los domingos me pegue con el muchas “farturas” como dicen por aquí: nos ponían paella y con los pimientos rojos escribían “¡Viva Franco, Arriba España!”

-           ¿Cree usted, Antonio, que alguno se comería con fruiccion el pimiento rojo con el nombre del Caudillo y dejaba que la digestión hiciera todo lo demás?
….Volvamos a la colonia. En la colonia estuve seis o siete años, hasta que me case  y nos mudamos a una casita de Tetuan pero las condiciones eran de miseria y cuando mi mujer cayo embarazada vinieron dos guardias municipales a verlo y mandaron un informe a su jefe, Caso, quien me dio vivienda en El Serrallo.

-          ¿Caso le dio casa?
Bueno, suena simpático pero aquello fue pasar a la gloria: tres habitaciones, cocina, baño, agua caliente. Fíjate que poco antes estaba aun en la colonia donde en una larga nave dormíamos 300 mineros, cada uno hijo de una madre y de un padre. Unos andaban al relevo de la noche, otros al día, muchos borrachos, pendencieros. Lo que más disputa creaba era la estufa: como la nave era tan larga y la estufa estaba en un extremo, a los de allí les asfixiaba el calor y a los del final no les llegaba, así que estos echaban más carbón y aquellos protestaban. El encargado era un cabo de guardas jurados, pero aquello era un jaleo muy grande, ¡no dormía ni Dios!. El jefe de los guardas era Grela y cada poco tenía que llamar a la Guardia Civil de El Entrego. Un día se pegaron dos picadores, Ramón Canga y Ferino: rompieron botellas y se pusieron como Jesucristo, todos rajados, pero nadie intervino. Aquella era muy expuesto. Además, lo peor era el juego. Había un vicio terrible y claro algunos no se controlaban y andaban siempre sin un duro pidiendo a los demás para un paquete de Celtas. Había uno de Jaén que tenía la mala suerte de perder siempre, así que a la hora de cobrar ya había dejado en las cartas el suelo de todo el mes y andaba pidiendo cinco duros para ir tirando hasta los bonos. Podías solicitar dos o tres bonos al mes pero no desde el primer día, tenías que llevar unos jornales ganados. Bueno, el caso es que aquello no se arreglo hasta que intervino la policía secreta y desarmo todo el tinglado. Además resulto que el más vicioso era el propio cabo de la colonia y lo echaron para la madera. Luego pusieron a Alejandro Teyero que se había quedado sin manos y sin un ojo al explotarle un cartucho el día de Santa Barbará en el 53.

Estando en la colonia los accidentes se vivían con gran intensidad. A lo mejor te tocaba ver la cama vacía justo a tu lado. Pero recuerdo sobre todo a Parra que se mato en 1963 y tenía un muchacho que andaba muy mal y después el pobre chaval se arrojo al tren  en el Berron. La viuda, Augustina, vive en El Serrallo. Yo tenía que tirar desde la parte de arriba del plano para recuperar vagones del vacío, al pide del codillo inferior había un nicho para resguardarse hasta que terminase de bajar el tercio (tres vagones). El medio salida, yo tire y al poco vi que la bobina giraba suelta, así que pensé “se ha escapao el tercio”. Al rato me avisaron de que se había agarrado a Parra. Es que se trabajaba muy acelerado.

Luego me pusieron de maquinista del plano inclinado y de maquinista del pozo balanza cuando me examinaron los de Jefatura de Minas. La maquina tenía 120 caballos y 6 atmosferas de presión de aire, estaba en el 4º corte y movía vagones y  personal (12,15 o 18 personas, 20 si los  ponías muy apretaditos) de 6º a 7º planta que eran casi 60 metros de altura. Cuando terminaba, yo subía por una chimenea hasta 5º planta y desde esta salía andando hasta la caña del pozo donde cogía ya la jaula para ver de nuevo la luz del sol
En los dos últimos años para la jubilación estuve parrillando junto con un compañero silicoso y poco antes de marchar me pusieron a pintar viguetas en el exterior cuando se estaba reprofundizando el pozo para la 10º planta.

-          ¿Recuerdas alguna anécdota curiosa?
He vivido muchas. Te tengo que contar la fiesta más simpática que puede que haya conocido esta tierra. Estoy casi seguro que nunca se repetirá así que pasen dos mil años de historia:
Allá por el año 1962 un grupo de mineros procedentes del sur creamos la Peña Diego Puerta en Casa Sanzo, lo que hoy es Casa Suárez, y un domingo de agosto organizamos en Sotrondio, en el Campo Flechas, donde hoy están las escuelas, una becerrada con novillos de Don Pedro Caminero. Trajimos tres sobraños que nos costaron a 12.000 pesetas cada uno. La plaza estaba abarrotada, no cabía ni una mosca y en las entradas fueron a 5 duros para los adultos y a 15 pesetas para los muchachos, pero aun así quedamos empeñados en 9.000 pesetas por culpa de que los de Blimea abrieron un huevo arrancando los bastidores que habíamos traído del pozo San Mamés. Se coló mucha gente. Pero eso fue lo de menos. Mira aquí tienes un cartel de la corrida y una entrada, fíjate, la número 1.202, ¡si te digo yo que aquello estaba abarrotado!. Las autoridades municipales revisaron la seguridad y dieron alta el festejo. Hubo banda de música y todo. Antonio Vasco, que era de Jaén, hizo de banderillero, el novillo le zarandeo  y le piso en el suelo fisurandole unas costillas. El pobre me decía respirando con dificultad “me cago en la puta. Antonio, toda la vida sin coger una baja en la mina y ahora me va a hacer falta por esta novilla”. Otro de los toreros era Carlos el Cordobés que trabajaba en el pozo Villar y apodábamos “el  limpia”, estaba medio cegarato el pobre y al torear perdió las gafas. La novilla le pasaba a dos metros y al entrar a matar clavaba el estoque en el suelo y la gente gritaba “Limpia, coño, tu vete al bulto”. Tuvo que saltar Manolo el carnicero a darle el golpe de gracia a la res. El cartel era de renombre  internacional: Pepín Rosales, Pepín de Landa y Paco de la Rosa. Ay madre mía lo que se rio toda la plaza aquella tarde. Recuerdo a la señora Velasco partida de risa y a muchas cogiéndose la barrida de dolores.
Otro día, Enrique “Cachondeo” y yo, desafiamos a una partida de bolos a Jamart, maquinista , y a “Patina”, el vigilante de la lampistería, que le llamábamos así porque había perdido una pierna en un accidente y tenía una pata de palo. Eran afamados jugadores, tiraban con un efecto terrible, que ni siquiera sabíamos contar. No ganamos ni una bola pero como lo pasamos con las bromas constantes de  “Cachondeo” que era un entibador que había venido de Jaén y siempre estaba haciendo chistes y de buen humos. Al final nos comimos todos juntos unas sardinas fritas regadas con un buen vino. Fue una tarde de amistad maravillosa por lo que merece la pena pasar una vida.
Cuando me jubile sentí una gran alegría. Cogí un huerto y sembré de todo un poco. Pero ahora ya no puedo. Tengo un problema del corazón y aquí me tienes con el bastoncito subiendo y  bajando esas escaleras parando por los descansillos. Con decirte que el otro día me encontré cinco duros en una cabina y para agacharme a recogerlos lo hice con una maniobra que parecía que estaba rindiendo honores…

-          Antonio, ¿se arrepiente usted de la mina?
Nunca. Fue muy duro pero éramos felices y nos sentíamos algo importantes. Decías “soy minero” y era un título. Pero a mí me hubiera gustado ser poeta. Hombre, yo no tengo estudios pero tengo un libro en casa que pone “Las mil mejores poesías de la literatura española” y alguna no las trae, de cómo la de Gabriel y Galán “un duro al año”, poesía social que antes no se podía recitar aunque dicen que se recito en el teatro Virginia aquí en Sotrondio hacia los años cuarenta. Cuando me dieron la medalla de Santa Barbará había uno que cantaba por Pedrito Fernández otros por El Tordin o El Presi y yo quise recitar algo pero me echo para atrás mi mujer. Pero hoy no me quedo con las ganas. Escucha:

Madre, ¿qué pasa en el pozo?
Mira que aglomeración.
Dicen que han muerto mineros
Por culpa de una explosión.
Mira, sale una camilla,
Otra , ¡otra! ¡y otras dos!
Son cinco mineros, madre,
Que desdicha y que dolor.
Madre, yo seré siempre minero
Como mi padre lo fue.
No quiero ser abogado
Ni registrador ni juez.
Yo seré siempre minero
Y a la mina bajare
Y donde pico mi madre
Allí mismo picare,
Para arrancar a la Tierra
En sus entrañas la hiel.
Hijo, ser minero es cosa triste
Y la mina traicionera es,
Siempre ronda la muerte
Y no quiero que tú mueras.
Madre, yo seré siempre minero
Como el auto de mis días
¿No ves que llevo por dentro
Un sentimiento muy grande?
Madre, yo seré minero

Como mi padre lo fue. 

Entrevista sacada del libro "Dejaron Huella".

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